11.06: abro un ojo. Miro el reloj.
11.36: abro el otro ojo. Después de dormitar un rato es hora de levantarme. Corro la cortina. Por fin tengo cortina. Me gusta despertarme con la luz del día pero teniendo en cuenta que en esta ciudad en verano se hace de día hacia las 4 de la mañana, se agradece una cortina tupida. El cielo está despejado, casi barcelonés. Aunque a Helena le parece que falta intensidad en el azul, en Londres es muy raro no ver nubes.
Desayuno al sol un montón de tostadas. No me ducho porque no me gusta el agua y porque hemos dicho que iríamos a la Hackney City Farm y sino se hace tarde. Helena quiere ir y preguntar qué hay que hacer para ser voluntaria en el jardín. Me visto rápido, con la música fuerte y cantando. Hace mucho calor, es maravilloso.
Salimos y de camino pasamos por casa de mi prima, que también se viene. No está lista así que subimos a su terraza-terrado y nos sentamos al sol. Helena está resplandeciente con sus enormes gafas oscuras, su cigarro y su modelito pseudohippie para no desentonar en la granja. Desde la terraza se ven algunos tejados, me gusta este sitio. Comemos algunos trozos de fresa y plátano que María no ha terminado y nos vamos.
Con el sol de cara caminamos. Los coches van al revés, un negrata me pita: ¿hacía falta? No importa, hoy no pienso cabrearme. Helena y María charlan y yo, ligeramente avanzada, las escucho y observo mi entorno. Pasamos muy cerca de mi antigua casa, mi primera casa aquí. Me vienen muchos recuerdos y sensaciones. Lo bueno de ir con dos personas es que yo no tengo que hablar mas que cuando me apetezca.
Finalmente llegamos a la famosa granja. hay una masa de padres jóvenes y progres con niños y niñas multirraciales que caminan con las piernas y los brazos muy abiertos para mantener el equilibrio. Cerdos enormes y pelirrojos; ocas y gallinas sueltas correteando, persiguiéndose; corderitos (o norits) y su enorme madre; cabras, huerto, un burro. Agradable ambiente rural de ciudad, en definitiva, aunque demasiado bullicio familiar para mi gusto. Helena consigue preguntar sobre el voluntariado en el jardín (necesita socializarse en ingles ya y esa puede ser una buena manera) mientras yo meo. En el baño me doy cuenta de que, aunque agradable, todo es demasiado hippie. Me recuerda a mi escuela de EGB. Ahora que lo pienso, todo el lugar es un poco como mi escuela, incluida la gente.
Salimos de ahí hacia Columbia Road, que está al lado. Vamos al flower market a comprar flores para casa. A Helena le ha dado una verdadera perra con el tema plantas y me parece gracioso. Ojalá le dure, la verdad, porque a mi me gustan pero hasta los cactus se me mueren. El mercado es un caos y es muy caro. De golpe me veo inmersa en una marea de niños fashion, profesionales de mediana edad e ingleses de su pueblo que gritan ofertas casi ininteligibles. Me agobio. Helena va toda loca de puesto en puesto, buscando algo bueno-bonito-barato; María y yo la seguimos, como podemos, con cierto desánimo. Llegados a cierto punto decido que that’s it y que yo las espero al final del mercado, que mi mochila pesa mucho y estoy hasta los huevos. Me ofrezco a llevarme el ramo de flores rosalilosas conmigo para que Helena pueda seguir su cacería con más agilidad.
Y allí estoy plantada, mirando a mi alrededor, toda vestida de negro en el sol, arremangada, con la mochila también negra entre las piernas y el ramo rosa apoyado en mi brazo derecho, casi como si fuera un bebé. Me siento un poco ridícula y como en medio, pero nadie parece prestarme atención. Al poco veo a María que se acerca abstraída. Me ve: se ríe. No era mi olla, estoy graciosa. Nunca he sabido sujetar los ramos de flores, me resultan totalmente ajenos. Como antes le he dicho a Helena que por alguna razón me encantan los claveles, aparece con un ramo de ellos, rojos. Me gustan mucho los claveles, podrían perfectamente ser mi flor favorita. No sabría decir porqué pero los asocio a cosas buenas, a gente contenta después de una representación, al flamenco quizá, no se. Pero sobre todo me encanta regalarlos, a poder ser de uno en uno. Quedar con alguien que aprecias o te gusta y aparecer con un clavel. No se, quizá es porque me llamo Lola. Eso sí, el clavel siempre rojo, no hay duda.
Cargadas con ramos y plantas varias nos compramos algo de comer (bagel yo, samosa mi prima) y nos sentamos en un parque a observar unos niños realmente pequeños que están jugando a fútbol. Nos maravillamos con as habilidades del rubito vestido con uniforme del Arsenal; está claro que apunta maneras. María dice que de mayor será actor porque interpreta muy bien el papel de futbolista. La verdad es que no le falta razón.
Son las 3 y pico y el sol ha empezado a bajar y ha subido el frío. No nos engañemos, esto sigue siendo Londres. En Hackney Road nuestros caminos se separan y yo pesco el 26 hacia el curro. Voy muy pronto así que me acerco hasta el centro de arte de Southbank (BFI) a por un programa del festival de cine gay lésbico y a ver qué encuentro interesante por ahí. Siempre hay cosas que ver. Efectivamente veo una pequeña expo de fotos de un director de cine de algún lugar del este que no me gusta demasiado y luego me meto en una sala oscura donde pasan una y otra vez una obra (a mi me parece que llamarle obra a eso es pasarse pero bueno) que gira en torno una película que Kubrick nunca hizo: Aryan. En realidad el vídeo está muy bien y me resulta muy interesante así que lo veo dos veces. Pero lo interesante es que está construido a partir de una entrevista con la actriz que iba a hacer el papel principal y partes del guión, ambas cosas como voz en of sobre las imágenes que Kubrick rodó y recolectó mientras la preparaba. Me resulta impresionante ver cómo estaba preparando la película. Ver cómo estudiaba el cuerpo y los gestos de la actriz; los movimientos de cámara. Todas las imágenes tienen un algo misterioso, una rigidez (lógica, por supuesto, porque sólo son pruebas). Y me doy cuenta del enorme trabajo que hay que hacer y del que me queda por hacer y de cuánto me gusta mi profesión, aunque aun esté a años luz del maestro Kubrick.
Salgo de ahí encantada y relajada. Aun me queda un ratito. Me meto en la tienda y resisto la tentación de comprarme el pack de 9 pelis de Fassbinder por 45 libras pero no la de comprar una edición super completa de Salò por 15.
Cruzo caminando y escuchando Talk Talk el puente de Waterloo. Llego al curro. Hoy, como todos los domingos soleados, no va a venir nadie.
Ceno sirlon steak muy poco hecho con puré de patatas y ensalada. Hoy me dejan pedir lo que me de la gana. Al chef le parezco lo mas, le encantan todas mis bambas.
Me meto en el armario. Será una tarde plácida y tranquila. Al menos el sun-day no me lo ha quitado nadie.
11.36: abro el otro ojo. Después de dormitar un rato es hora de levantarme. Corro la cortina. Por fin tengo cortina. Me gusta despertarme con la luz del día pero teniendo en cuenta que en esta ciudad en verano se hace de día hacia las 4 de la mañana, se agradece una cortina tupida. El cielo está despejado, casi barcelonés. Aunque a Helena le parece que falta intensidad en el azul, en Londres es muy raro no ver nubes.
Desayuno al sol un montón de tostadas. No me ducho porque no me gusta el agua y porque hemos dicho que iríamos a la Hackney City Farm y sino se hace tarde. Helena quiere ir y preguntar qué hay que hacer para ser voluntaria en el jardín. Me visto rápido, con la música fuerte y cantando. Hace mucho calor, es maravilloso.
Salimos y de camino pasamos por casa de mi prima, que también se viene. No está lista así que subimos a su terraza-terrado y nos sentamos al sol. Helena está resplandeciente con sus enormes gafas oscuras, su cigarro y su modelito pseudohippie para no desentonar en la granja. Desde la terraza se ven algunos tejados, me gusta este sitio. Comemos algunos trozos de fresa y plátano que María no ha terminado y nos vamos.
Con el sol de cara caminamos. Los coches van al revés, un negrata me pita: ¿hacía falta? No importa, hoy no pienso cabrearme. Helena y María charlan y yo, ligeramente avanzada, las escucho y observo mi entorno. Pasamos muy cerca de mi antigua casa, mi primera casa aquí. Me vienen muchos recuerdos y sensaciones. Lo bueno de ir con dos personas es que yo no tengo que hablar mas que cuando me apetezca.
Finalmente llegamos a la famosa granja. hay una masa de padres jóvenes y progres con niños y niñas multirraciales que caminan con las piernas y los brazos muy abiertos para mantener el equilibrio. Cerdos enormes y pelirrojos; ocas y gallinas sueltas correteando, persiguiéndose; corderitos (o norits) y su enorme madre; cabras, huerto, un burro. Agradable ambiente rural de ciudad, en definitiva, aunque demasiado bullicio familiar para mi gusto. Helena consigue preguntar sobre el voluntariado en el jardín (necesita socializarse en ingles ya y esa puede ser una buena manera) mientras yo meo. En el baño me doy cuenta de que, aunque agradable, todo es demasiado hippie. Me recuerda a mi escuela de EGB. Ahora que lo pienso, todo el lugar es un poco como mi escuela, incluida la gente.
Salimos de ahí hacia Columbia Road, que está al lado. Vamos al flower market a comprar flores para casa. A Helena le ha dado una verdadera perra con el tema plantas y me parece gracioso. Ojalá le dure, la verdad, porque a mi me gustan pero hasta los cactus se me mueren. El mercado es un caos y es muy caro. De golpe me veo inmersa en una marea de niños fashion, profesionales de mediana edad e ingleses de su pueblo que gritan ofertas casi ininteligibles. Me agobio. Helena va toda loca de puesto en puesto, buscando algo bueno-bonito-barato; María y yo la seguimos, como podemos, con cierto desánimo. Llegados a cierto punto decido que that’s it y que yo las espero al final del mercado, que mi mochila pesa mucho y estoy hasta los huevos. Me ofrezco a llevarme el ramo de flores rosalilosas conmigo para que Helena pueda seguir su cacería con más agilidad.
Y allí estoy plantada, mirando a mi alrededor, toda vestida de negro en el sol, arremangada, con la mochila también negra entre las piernas y el ramo rosa apoyado en mi brazo derecho, casi como si fuera un bebé. Me siento un poco ridícula y como en medio, pero nadie parece prestarme atención. Al poco veo a María que se acerca abstraída. Me ve: se ríe. No era mi olla, estoy graciosa. Nunca he sabido sujetar los ramos de flores, me resultan totalmente ajenos. Como antes le he dicho a Helena que por alguna razón me encantan los claveles, aparece con un ramo de ellos, rojos. Me gustan mucho los claveles, podrían perfectamente ser mi flor favorita. No sabría decir porqué pero los asocio a cosas buenas, a gente contenta después de una representación, al flamenco quizá, no se. Pero sobre todo me encanta regalarlos, a poder ser de uno en uno. Quedar con alguien que aprecias o te gusta y aparecer con un clavel. No se, quizá es porque me llamo Lola. Eso sí, el clavel siempre rojo, no hay duda.
Cargadas con ramos y plantas varias nos compramos algo de comer (bagel yo, samosa mi prima) y nos sentamos en un parque a observar unos niños realmente pequeños que están jugando a fútbol. Nos maravillamos con as habilidades del rubito vestido con uniforme del Arsenal; está claro que apunta maneras. María dice que de mayor será actor porque interpreta muy bien el papel de futbolista. La verdad es que no le falta razón.
Son las 3 y pico y el sol ha empezado a bajar y ha subido el frío. No nos engañemos, esto sigue siendo Londres. En Hackney Road nuestros caminos se separan y yo pesco el 26 hacia el curro. Voy muy pronto así que me acerco hasta el centro de arte de Southbank (BFI) a por un programa del festival de cine gay lésbico y a ver qué encuentro interesante por ahí. Siempre hay cosas que ver. Efectivamente veo una pequeña expo de fotos de un director de cine de algún lugar del este que no me gusta demasiado y luego me meto en una sala oscura donde pasan una y otra vez una obra (a mi me parece que llamarle obra a eso es pasarse pero bueno) que gira en torno una película que Kubrick nunca hizo: Aryan. En realidad el vídeo está muy bien y me resulta muy interesante así que lo veo dos veces. Pero lo interesante es que está construido a partir de una entrevista con la actriz que iba a hacer el papel principal y partes del guión, ambas cosas como voz en of sobre las imágenes que Kubrick rodó y recolectó mientras la preparaba. Me resulta impresionante ver cómo estaba preparando la película. Ver cómo estudiaba el cuerpo y los gestos de la actriz; los movimientos de cámara. Todas las imágenes tienen un algo misterioso, una rigidez (lógica, por supuesto, porque sólo son pruebas). Y me doy cuenta del enorme trabajo que hay que hacer y del que me queda por hacer y de cuánto me gusta mi profesión, aunque aun esté a años luz del maestro Kubrick.
Salgo de ahí encantada y relajada. Aun me queda un ratito. Me meto en la tienda y resisto la tentación de comprarme el pack de 9 pelis de Fassbinder por 45 libras pero no la de comprar una edición super completa de Salò por 15.
Cruzo caminando y escuchando Talk Talk el puente de Waterloo. Llego al curro. Hoy, como todos los domingos soleados, no va a venir nadie.
Ceno sirlon steak muy poco hecho con puré de patatas y ensalada. Hoy me dejan pedir lo que me de la gana. Al chef le parezco lo mas, le encantan todas mis bambas.
Me meto en el armario. Será una tarde plácida y tranquila. Al menos el sun-day no me lo ha quitado nadie.
Me encanta tu dia de domingo y que interesante y atractiva parece esa tal Helena, seguro que es un pivonazo super lista.
ResponderEliminarSigue escribiendo y disfrutando de la vida, que algun dia pasaran una película tuya medio hecha en alguna sala.
Una admiradora cercana pero anónima.
algún día, cuando termine una película por fin, moriré y Helena la pivonazo tendrá que recoger mis restos y añadirlos como gastos de producción...
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