sábado, 28 de marzo de 2009

Casi siempre empieza Polanco: Mirá, soñé que estaba en una plaza y que encontraba un corazón en el suelo. Lo levanté y latía, era un corazón humano y latía, entonces lo llevé a una fuente, lo lavé lo mejor que pude porque estaba lleno de hojas y de polvo, y fui a entregarlo a la comisaría de la rue de l'Abbaye. Es absolutamente falso, dice Marrast. Lo lavaste pero después lo envolviste irrespetuosamente en un diario viejo y te lo echaste al bolsillo del saco. Cómo se lo va a echar al bolsillo del saco si estaba en mangas de camisa, dice Juan. Yo estaba correctamente vestido, dice Polanco, y el corazón lo llevé a la comisaría y me dieron un recibo, eso fue lo más extraordinario del sueño. No lo llevaste, dice Tell, te vimos cuando entrabas en tu casa y escondías el corazón en un placard, ese que tiene un candado de oro. Vos imaginate a Polanco con un candado de oro, se ríe groseramente Calac. Yo el corazón lo porté a la comi, dice Polanco. Bueno, consiente Nicole, a lo mejor ese era el segundo, porque todos sabemos que encontraste por lo menos dos. Bisbis bisbis, dice Feuille Morte. Ahora que lo pienso, dice Polanco, encontré cerca de veinte. Dios de Israel, me había olvidado de la segunda parte del sueño. Lo encontraste en la Place Maubert debajo de una montaña de basura, dice mi paredro, te vis desde el café Les Matelots. Y todos latían, dice Polanco entusismado. Encontré veinte corazones, veintiuno con el que ya había llevado a la policía, y todos estaban latiendo como locos. No lo llevaste a la policía, dice Tell, yo te vi cuando lo escondías en el placard. En todo caso latía, concede mi paredro. Puede ser, dice Tell, el latido me tiene por completo sin cuidado. No hay como las mujeres, dice Marrast, que un corazón esté latiendo o no lo único que ven es un candado de oro. No te pongas misógino, dice mi paredro. Toda la ciudad estaba cubierta de corazones, dice Polanco, me acuerdo muy bien, era rarísimo. Y pensarq ue al principio solamente me acordaba de un corazón. Por algo se empieza, dice Juan. Y todos latían, dice Polanco. De qué les podía servir, dice Tell.

Pasaje de 62/modelo para armar, de Julio Cortázar.


Este es el otro libro que me estoy leyendo.
No hay mucho que vaya a decir de Coratázar porque cualquier palabra se queda corta. Creo que una de las cosas que me gustan de él es que habla de lo grande mediante lo pequeño. No se.




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